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En una antigua leyenda griega, un pastor descubrió accidentalmente la magnetita, cuya propiedad direccional dio origen a la navegación primitiva. Hoy en día, la tecnología maglev se erige como una de las aplicaciones más fascinantes de los imanes, conocida por su transporte de alta velocidad sin fricción.
El teorema de Earnshaw del siglo XIX afirmaba que los imanes permanentes fijos no podían lograr una levitación estable, pero los inventores superaron esta limitación: en 1912, Emile Bachelet patentó un dispositivo de transporte maglev, y veinte años después, Walter Kemper construyó un prototipo. El primer tren lanzadera maglev comercial se inauguró en el Reino Unido en 1984; actualmente en funcionamiento en China, Corea del Sur y Japón, alcanza velocidades de hasta 270 mph, aunque su alto costo sigue siendo un inconveniente.
El maglev tiene dos tipos: Suspensión Electromagnética (EMS), que utiliza electroimanes para atraer el riel, y Suspensión Electrodinámica (EDS), que se basa en la repulsión superconductora. Además, los rodamientos de maglev son eficientes en energía y no requieren mantenimiento. La tecnología también se está explorando para lanzamientos espaciales, con proyectos como StarTram que buscan reducir drásticamente los costos de lanzamiento al espacio.
